Desde siempre
hemos mirado la Navidad con un poco de nostalgia. Mientras vimos, primero en
las postales, luego en las películas, esos copos de nieve que flotan en el aire
y leves se dejan arrastrar por la brisa. Recuerdo, en los comercios las
bolsitas transparentes con blanquísimas formas inmaculadas, o las circulares,
regalos del papel de las perforadoras que traían de alguna oficina. De esa
forma se esparcían sobre el arbolito y ya había nevado. Una nieve que no conocemos
en nuestro país.
También, por
única vez en el año se comían productos de otros países lejanos, países del
norte. Hoy el consumismo hace que esos productos estén disponibles todo el año.
No había regalos en Navidad, los niños esperarían su día, el seis de enero, el
día de los reyes magos. La noche anterior dejarían sus zapatos con la ilusión
de ver al día siguiente plasmados sus sueños y sus pedidos; en una época de
menos juguetes que esta y con mayor aporte personal.
Pasado el
tiempo olvidamos esa pintura, muchos conocimos la nieve en las lejanas montañas
o en diferentes viajes. También supimos que en Belén no nieva. Nuestra navidad
se hizo más tradicional. Un árbol sin nieve, el plástico hizo olvidar la rama
de pino que los niños, de forma furtiva, tomábamos del seto vecino.
Cordero asado,
chorizos, morcillas. Lo nuestro. Pensando en celebraciones de otro momento
recuerdo cuadros de la escuela peruana donde en la última cena, en lugar del
cordero pascual, se servía cui asado. La natural inculturación.
Esta navidad
volveremos a disfrutar de nuestro verano, de nuestro fuego, un gran fuego y de
nuestro asadito. Todo vale, si no hay patio, o fondo, está la azotea para
colocar un medio tanque y encender el juego, también vale utilizar la vereda.
Disfrutaremos
todos, al aire libre, familias más reducidas, con el tapabocas al que ya nos
hemos acostumbrado. Nada de encierros, y si llueve para algo están los amplios
aleros o las galerías de chapa. En esta época solemos tener un cielo diáfano y
celeste. Celeste como la vestimenta de la virgen en la balconera, como nuestra
bandera y como nuestra camiseta.
El día anterior
viajaré unos pocos kilómetros hasta la chacra y sacrificaré el cordero.
Recordaré a mi viejo carneando el lechón que había comprado en pie.
El 24
soportando el calor, a las 17 horas, iré preparando el fuego. El cordero estará
pronto para las diez. Antes de la cena se reunirá la familia, los que estén,
porque con hijos grandes y como debe ser, cada uno fue formando su propia
familia. Hoy ya sus hijos se preparan para formar las suyas. Cada quien leerá
el relato que ha escrito, ha escogido, o el canto, si sabe hacerlo.
Cuando lleguen
las 12 de la noche al brindar diremos Feliz Navidad.
Recordaremos
que la sagrada familia pasó sola, mientras en el pueblo de David no cabía más gente.
Sola en la tierra, sola con Dios y su esplendor que comunicó la buena noticia a
los más pequeños. Desde el hoy llamado parque de los pastores esos hombres,
nómadas todavía, fueron a recibir al niño. También vendrían los reyes magos,
nunca sabremos quienes fueron, sabios que siguieron una estrella. No olvidemos
que no solo los marineros conocen las estrellas, también los nómades y también
los pájaros que migran por la noche. ¿Y qué pájaros son esos? Pues entre ellos,
el que más conocemos, las golondrinas. En estos días la conjunción de júpiter y
saturno nos mostrarán al atardecer una estrella particular en el cielo del
oeste, una estrella muy rara para quien conoce el cielo, una estrella que, para
quien vive en Babilonia señala hacia Judea.
Y hoy que el
asador ya hace tiempo que partió en busca del niño, hoy que el mundo cambió,
pero él no lo supo. No supo que sería difícil invitar en cada navidad a ese
vecino que pasaba solo, porque no tenía familia. Quizá en el barrio donde
vivía, alguien haya continuado transitando su senda. Su recuerdo siempre estará
a través de sus infinitas vivencias, a través de sus enseñanzas, de lo que hizo
bien y, como todos, también cuando se equivocó. Hoy, esta Navidad, como todas,
no lo recuerdo en su caminar, lo veo junto al Niño y como el niño que nunca
dejó de ser.
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