sábado, 12 de agosto de 2023

Marcos Andrade - mi padre

 

Nació un 12 de agosto, hoy si viviera, cumpliría cien años. Me contaba que de niño siempre anduvo a las trompadas. Una historia parecida a la de Bastidas con quien peleó de joven. Mucho menos dramática. Empataron en Argentina.

Entrenaba en el club Canillitas, ahí por Veinte de Febrero, se repetían las peleas, aquellos mellizos, no recuerdo el nombre y Orocindo Correa, el Pulga. Lo conocí muchos años después, en el Palermo, 1968. En ese gimnasio, en el subsuelo de Gonzalo Ramírez y Santiago de Chile se prepararon los jóvenes que fueron a pelear a las olimpiadas de México. Estaba siempre ahí, me tomó simpatía cuando le dije que era hijo de Marcos. Me enseñó muchas tretas. ¡Pobre! Estaba con la radio. Había escuchado muchas veces esa expresión, es graciosa, cuando conocí al Pulga recién entendí su significado.

Marcos se especializó en la reeducación de la parálisis infantil con el Dr. Caritat. Partió para el interior y allá fundó un gimnasio, Durazno Boxing Club. Trajo a los muchachos a pelear al Palacio Peñarol. Hizo varios espectáculos en el pueblo.

De niño lo vi pelear en un estadio repleto. Una pelea que había comenzado años atrás terminó ese día sobre el ring apaciguador. Subió con pantalón y bata celestes con líneas blancas. David sin honda contra Goliat. Su rival, sparring del legendario Archie Moore, quince kilos más pesado. Viejos tercos. Ambos golpearon su cara contra la lona y ambos se levantaron. Finalizados los diez rounds tuvieron que contentarse con ver que los brazos de ambos se levantaran.

El nuestro fue un diálogo continuo y a través de la memoria continúa siéndolo. En ocasiones salgo a pedalear en la bicicleta en que él iba al hospital, en la que amarraba el portafolio de cuero con su túnica, el talco y un mínimo botiquín.

Quería que yo fuera médico. Siempre pensó que me iba a dedicar, como él, a combatir el dolor de la gente. Pero cada uno es como es, no importa el nombre… A menos que seas escritor. En mi casa yo era Tabaré, en la escuela y ahora, soy también Marcos.

Como él, los viernes en que estoy en Montevideo voy hasta la ciudad vieja a decir un par de oraciones en la cripta del Señor de la Paciencia.

Pienso en su imagen: fisioterapeuta, boxeador, enamorado, rudo, fuerte, tenaz, pescador, amigo, compañero, visionario, dio hasta lo que no tenía. Si mirara desde el punto de vista de mi hermana menor agregaría viejo. En nuestras navidades nunca dejó de estar presente ese vecino sin familia que, en cada barrio, todos conocemos.

Recuerdo que mi sobrina mirándome solía decir: «igualito al abuelo».

Nunca ha dejado de estar presente, sea en la vigilia, sea en el sueño.

 


JESÚS, LA IGLESIA Y EL POSMODERNISMO

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