viernes, 25 de diciembre de 2020

Allanando el camino

por Jeremías Torri.


Cada tanto, muy cada tanto, me vuelven las ganas de dibujar, de pintar. Pensando en que vienen las vacaciones y es lindo hacer algo diferente mientras esperamos que se hunda la boya o que ronque el reel, porque algún pez ha picado. Entonces retomo mi equipo, aunque más no sea para desempolvarlo y volver a guardarlo. Tengo desde hace mucho tiempo dos muñecos articulados, de las primeras cosas que me aconsejaron usar cuando comencé con ese hobby. Pues no estaban donde se suponía que deberían estar. Los había visto hacía relativamente poco tiempo.

Están cercanas las vacaciones y pienso en el río, en el mar, en la playa. Aunque: diciembre es un mes de examen, y no lo digo por los estudiantes, lo es porque finaliza el año, porque se hacen los balances, porque sirve para planificar, para cambiar, para mejorar para el próximo. Con el tiempo previo a Navidad sucede algo similar. Es un tiempo de examen y propuesta de cambio. Una época de volver al amor primero. Tal es el juicio que en el libro del apocalipsis se le hace a la iglesia de Éfeso. “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído…”

Tal discurso no fue desoído. Sobre el pequeño escritorio escolar —que ella estaba lista para dejar el próximo año— despejado y cubierto por una tela azul, en una esquina de su habitación, en un pequeño espacio diáfano estaban las figuras de María y José. Interesantes figuras atemporales realizadas con mucho amor. ¿Por qué? Por los pormenores que abundaban. María con una capa celeste. Hasta el detalle de los zapatos que con toda seguridad tomó de uno de sus juegos.

Los dos muñecos articulados casi no se distinguían debajo de una cuidadosa y bastante bien lograda vestimenta de telas de colores, pinturas, ramas, hojas y flores secas. En posturas estudiadas, las de la madre, las del hombre calmo. Y mi nietecita sonriente y abstraída.

 

—Hola, ¿cómo está mi nieta linda?

—Jugando…

—No has visto…

—Para nada. ¿Qué te parece el escritorio abu? Viste, he enderezado el camino… ¿Viste a María y José? ¿Están bonitos verdad?

—Claro, preciosos, donde aprendiste a hacer esas vestimentas, te estás convirtiendo en una artista.

—Es que estoy contenta porque viene Navidad, porque me gusta lo que hago, porque espero que nazca el niño. No es igual desear que esperar. Esperan los padres. Esperaban María y José.

—Cierto. No lo vi al niño.

—Pero abu, todavía no nació. ¿Tú que esperas?

—Que te diré, mis carriles son más difícil de enderezar. No es fácil cambiar. Allanar los caminos, enderezar las sendas siempre tiene que ver con la humildad. Resolver algún obstáculo que me aparte de los demás. Hay muchos…

—Alguna vez, de niño, debes haber leído “El Principito”: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, a partir de las tres empezaré a ser feliz. A medida que se acerque la hora me sentiré más feliz. Y a las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, no sabré nunca a qué hora vestirme el corazón...” Por eso festejamos Navidad.

—Y porque vino a los suyos y los suyos no lo recibieron…

—Eso no lo entiendo, abu, ¿por qué habrían de hacer eso?

—Porque son libres, y está bien. Porque la libertad que no nos pueden quitar, la única, es la de elegir nuestro propio camino.

—Quieres que te responda: “despierta hombre”

 



jueves, 24 de diciembre de 2020

PREPARANDO LA NAVIDAD

    Desde siempre hemos mirado la Navidad con un poco de nostalgia. Mientras vimos, primero en las postales, luego en las películas, esos copos de nieve que flotan en el aire y leves se dejan arrastrar por la brisa. Recuerdo, en los comercios las bolsitas transparentes con blanquísimas formas inmaculadas, o las circulares, regalos del papel de las perforadoras que traían de alguna oficina. De esa forma se esparcían sobre el arbolito y ya había nevado. Una nieve que no conocemos en nuestro país.

También, por única vez en el año se comían productos de otros países lejanos, países del norte. Hoy el consumismo hace que esos productos estén disponibles todo el año. No había regalos en Navidad, los niños esperarían su día, el seis de enero, el día de los reyes magos. La noche anterior dejarían sus zapatos con la ilusión de ver al día siguiente plasmados sus sueños y sus pedidos; en una época de menos juguetes que esta y con mayor aporte personal.

Pasado el tiempo olvidamos esa pintura, muchos conocimos la nieve en las lejanas montañas o en diferentes viajes. También supimos que en Belén no nieva. Nuestra navidad se hizo más tradicional. Un árbol sin nieve, el plástico hizo olvidar la rama de pino que los niños, de forma furtiva, tomábamos del seto vecino.

Cordero asado, chorizos, morcillas. Lo nuestro. Pensando en celebraciones de otro momento recuerdo cuadros de la escuela peruana donde en la última cena, en lugar del cordero pascual, se servía cui asado. La natural inculturación.

Esta navidad volveremos a disfrutar de nuestro verano, de nuestro fuego, un gran fuego y de nuestro asadito. Todo vale, si no hay patio, o fondo, está la azotea para colocar un medio tanque y encender el juego, también vale utilizar la vereda.

Disfrutaremos todos, al aire libre, familias más reducidas, con el tapabocas al que ya nos hemos acostumbrado. Nada de encierros, y si llueve para algo están los amplios aleros o las galerías de chapa. En esta época solemos tener un cielo diáfano y celeste. Celeste como la vestimenta de la virgen en la balconera, como nuestra bandera y como nuestra camiseta.

El día anterior viajaré unos pocos kilómetros hasta la chacra y sacrificaré el cordero. Recordaré a mi viejo carneando el lechón que había comprado en pie.

El 24 soportando el calor, a las 17 horas, iré preparando el fuego. El cordero estará pronto para las diez. Antes de la cena se reunirá la familia, los que estén, porque con hijos grandes y como debe ser, cada uno fue formando su propia familia. Hoy ya sus hijos se preparan para formar las suyas. Cada quien leerá el relato que ha escrito, ha escogido, o el canto, si sabe hacerlo.

Cuando lleguen las 12 de la noche al brindar diremos Feliz Navidad.

 

    Recordaremos que la sagrada familia pasó sola, mientras en el pueblo de David no cabía más gente. Sola en la tierra, sola con Dios y su esplendor que comunicó la buena noticia a los más pequeños. Desde el hoy llamado parque de los pastores esos hombres, nómadas todavía, fueron a recibir al niño. También vendrían los reyes magos, nunca sabremos quienes fueron, sabios que siguieron una estrella. No olvidemos que no solo los marineros conocen las estrellas, también los nómades y también los pájaros que migran por la noche. ¿Y qué pájaros son esos? Pues entre ellos, el que más conocemos, las golondrinas. En estos días la conjunción de júpiter y saturno nos mostrarán al atardecer una estrella particular en el cielo del oeste, una estrella muy rara para quien conoce el cielo, una estrella que, para quien vive en Babilonia señala hacia Judea.

Y hoy que el asador ya hace tiempo que partió en busca del niño, hoy que el mundo cambió, pero él no lo supo. No supo que sería difícil invitar en cada navidad a ese vecino que pasaba solo, porque no tenía familia. Quizá en el barrio donde vivía, alguien haya continuado transitando su senda. Su recuerdo siempre estará a través de sus infinitas vivencias, a través de sus enseñanzas, de lo que hizo bien y, como todos, también cuando se equivocó. Hoy, esta Navidad, como todas, no lo recuerdo en su caminar, lo veo junto al Niño y como el niño que nunca dejó de ser.

JESÚS, LA IGLESIA Y EL POSMODERNISMO

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