Un
milagro, una madre. La Madre naturaleza.
“Canten al Señor un canto nuevo porque Él hizo maravillas…”
Salmo 97
Sucedió en Piriápolis casi frente al hotel
Argentino. Una mañana gris, después de algunas leves precipitaciones, con una
temperatura en ascenso y vientos arrachados, un extraño animal marino era
llevado por las olas hacia la arena. Unos pocos ocasionales bañistas intentaron
hacer que volviera a su hábitat, el mar. Ya había sucedido en playas cercanas. Algunas
personas comenzaron a aproximarse y claro, los perros. Esos inmundos y molestos
perros sin dueño que pululan por el balneario sin que ninguna autoridad tome
responsabilidad sobre el tema. Un sitio donde estos animales son más “valiosos”
que los niños. No se asusten por esta afirmación: estamos ante el inicio de la
novela el Planeta de los simios. No porque los humanos vayan a ser sustituidos,
sino porque paulatinamente se los ve más y más transformarse en monos, monos
que ni siquiera saben subir a los árboles.
Vuelvo sobre el tema que me atañe hoy. Ese
animal que nos visitaba y que había elegido una hermosa y tranquila playa de
primavera era una elefante marino preñada.
En pocas horas, para regocijo del país
entero nació el bebé elefante marino.
Esa mañana me encontraba en Montevideo.
Tres o cuatro días después me trasladé a Piriápolis y de inmediato, cámara en
mano salí a caminar por la rambla. Para ese entonces la guardia costera había
vallado la zona y apoyados por personas activas de todas las edades estaba
controlando al ansioso público que día a día llegaba a la zona y que durante
los fines de semana proliferaba por el balneario en cantidades inimaginables.
Con mi Cámara de aficionado, una Canon SX50,
aplicando el zoom al máximo logré fotos de madre e hijo/a como si estuviera al
lado. Volví en la tarde y con el celular tomé, a la hora en que el sol se
oculta, una imagen artística de los dos pequeños animales contra el mar marcado
por el sol y su reflejo en el mar. Una escritora amiga diría de la foto: parece
un signo de admiración sobre ellos. Los retraté también desde mi balcón, la
distancia no era muy diferente pero las palmeras en parte los ocultaban.
Once meses de preñez. Veinte días
amamantando sin ingerir comida. Durante mis caminatas diarias fui a verlos,
mejor dicho, a verlas porque el bebé que en principio fue considerado macho
resultó ser una hembra. En fin, confusiones que acontecen a los seres humanos
del presente y que jamás ocurren con el resto de la naturaleza. No encuentro
mejor palabra para definir este comportamiento humano, con su propia especie,
que desnaturalización.
Ayer 6 de noviembre había refrescado
bastante. Sabía que la madre estaba por marcharse, volví a tomar la cámara,
enfoqué y plasmé, las que para mí fueron las últimas fotos de madre e hija.
Las volqué en las redes sociales para que
todos pudieran verlas. Demás está decir que permanentemente aparecen fotos y
videos excelentes. Para mi sorpresa, en minutos aparecieron mis fotos editadas
(con pequeñas modificaciones en el fondo) en más de un periódico digital.
Hoy, la elefante madre, a diferencia de
otros días descansa boca arriba. La bebé lentamente, en espaciados movimientos
impulsivos se va aproximando hasta que deposita su cabeza sobre la madre y
permanece así. Alrededor de una hora después me entero que la madre se ha
marchado. Con esa lentitud con que se mueve en la arena se acercó al agua,
ingresó levemente y como un pez desapareció de la vista de los presentes. Nadó con
esa trayectoria desconocida que la llevará a retomar el ciclo natural de la
vida.
Fui a la playa, ahora con el celular, para
mostrar también el entorno. Tomé una foto de la soledad.
¿Qué más decir? Que me emociona escribir
estas pobres líneas…, y recordar el epígrafe que lo sintetiza todo.
Marcos
Andrade – noviembre 2025

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