La playa de Piriápolis, además de su forma natural está protegida
por el largo murallón del puertito de yates; se forma así una larga zona poco
profunda y casi sin olas. Un lugar muy apto para ese tipo de pesca, en el
supuesto caso de que abundasen los pejerreyes.
Puse la cámara en el zoom máximo 50X, lo que hubiera dado una
visión adecuada de los pescadores. La oscuridad era tal que apenas pude
confirmar que se trataba de dos personas pescando a la encandilada, lo que se
deducía a simple vista. Era un hombre y un joven, posiblemente su hijo, usaban
short y buzo. Estaban a alrededor de veinte metros de la orilla y con el agua
apenas sobre la rodilla.
De joven, en el río, hace cincuenta años, pescábamos de
manera diferente, ya relataré como.
Esta noche volví a ver las luces cerca de la orilla y dado
que iba a bajar a comprar un par de helados me dije: «¿Por qué no llevar la
linterna y comprobar que tantos pejerreyes hay?».
Durante un día tranquilo, caminando por el agua se observan aleatorios
cardúmenes de pejerreyes pequeños, de modo que debería poder observarlos.
Al acercarme vi dos personas pescando, no eran los de noches
anteriores, estas eran dos mujeres, una mayor, corpulenta y una chica joven. Ambas
vestían bikinis. Llevaban un foco potente, un calderín de unos ochenta
centímetros de diámetro y un bolso. La madre iluminaba la superficie del agua y
la chica sumergía la malla y cada tanto tomaba con la mano algún pez y lo
guardaba.
Pregunté: «¿Hay pejerreyes?». «Algunos», fue la respuesta.
Me alejé unos metros e iluminé la superficie del agua
mientras caminaba de forma paralela a la costa. La noche era agradable y el
agua no estaba fría. Observé algunos pejerreyes de tamaño razonable, mucho más pequeños
que los de río, como es conocido. Al menos en la zona del río de la plata es
así.
Mi pequeña linterna, si bien me permitía observarlos, no los
encandilaba, de modo que apenas me percibían desaparecían con rapidez. Caminé disfrutando,
soñando, hasta que se levantó viento, encrespó la superficie del mar y ya no
pude ver más. Después de todo solo había ido como observador.
De niño, en el río Yi, al principio me tocó mirar desde la
orilla. Un farol a mantilla en lugar de los leds de hoy, una cuchilla mediana en
lugar del calderín. Había que comenzar por aprender a golpear con el lomo del
metal sin que salpicara, de otro modo adiós al vidrio del farol (que estaba
caliente por la combustión del querosene a presión).
Después me tocó llevar el farol y estar atento a los pozos
que presenta el río.
Finalmente pude utilizar el facón. Un golpe justo, un golpe
no muy suave y tampoco muy fuerte que partiera el pez a la mitad. Pero sobre
todo pegar en la cabeza. El pez encandilado queda detenido varios segundos bajo
la luz antes de iniciar la fuga. Ese es el tiempo de que se dispone para asestar
un golpe adecuado.
Una buena noche se capturaban unos sesenta pejerreyes
medianos, (más del doble de tamaño que los que se consiguen en el mar). A la tarde siguiente, fritos, se constituían
en el acompañamiento para el mate de la tarde. en las costas del río por
supuesto.
Hoy al caminar por la arena, al iluminar el agua, no me encontré solo, no sentí nostalgia, mi padre me acompañaba caminando lento, a mi lado. Tan lento como caminaba yo.
Muy bueno marcos
ResponderBorrar¿A que se debe que pesquen de esa manera tan peculiar? ¿Por qué no utilizar el Calderín?
ResponderBorrarPescar con el facón. Sobre la orilla hay muchos pejerreyes pequeñitos. Un poco más adentro se vuelve más profundo y pejerreyes más grandes quedan encandilados por unos momentos. Es sencillo con la práctica. Con el agua tan alta sería difícil manejar un calderín.
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