ROBOT


Escena número 47 · Octubre 2017   El robot

Era más que un simple robot. Él era el mensajero, mi mensajero del amor; hubo un tiempo en el cual llevó mis poemas y canciones, donde vistió mi optimismo y mi alegría.
Fue mi regalo inicial, mi regalo especial para ella con quien soñaba despierto y también dormido, aquella que encendía mi fuerza interior y me hacía crecer.
La he recordado siempre en ese instante, sorprendida al principio cuando abrió la caja, risueña después, preguntando con la mirada de sus curiosos ojos verdes, «de que se trata esto». Luego, creo, emocionada y feliz escuchó su poesía.
Lo colocó sobre un puf en el dormitorio y el robot hablaba todo el tiempo. Yo había colocado en él las grabaciones de mis inspiraciones y mis tonadas. Grabaciones recientes de hechos antiguos, de experiencias largas y de sentimientos secretos.
Sé que disfrutó escuchando mientras yo viajaba, cosa que hacía con frecuencia en esos tiempos de viento y de amores. Ahí estaba él para mantener esos mensajes hasta que retornara, siempre con un regalo de lugares lejanos y fantásticos. Estuviera donde estuviera ella estuvo siempre presente. Estuvo conmigo caminando los desfiladeros de mi vida bohemia.
Después, después ¿qué sucedió? No lo sé con exactitud, después dejé mis salidas, estuve demasiado tiempo en casa, y algo tan simple, la relación se desgastó, todo se volvió monótono, todo se volvió insulso. El robot volvió a su caja y ahí permaneció.
Pues esa caja ha llegado hoy a la mañana, después de unos pocos y eternos meses de silencio. La dejó el chico del correo en la casa vecina. ¿Qué debía interpretar? ¿Se trataba de un mensaje o era el adiós definitivo? Mi corazón palpitó con fuerza. ¡No lo sabía! Desde que ella se alejó sin devolverlo no había pensado más en él. Ahora, acababa de llegar la misma caja, más bonita, con variadas etiquetas coloridas y con una gran cinta rosa atada formando una moña. Supe de inmediato que contenía, aun antes de abrirla.
Desaté la caja con sigilo, con esperanzas, hasta con miedo. Ahí estaba el robot, un prisma negro con una esfera en la parte superior de la que saltaban grandes ojos blancos, sonriendo siempre en ese dibujo de boca que disimulaba el parlante.
Despejé la mesa del merendero y lo coloqué encima. Los antiguos controles no funcionan de modo que con presteza quité unos tornillos y observé los circuitos amarillentos, oxidados, estuvieron un tiempo en el agua y ahora estaban secos. ¿Habrá sido un accidente? ¿O fue a propósito?
Su memoria no era un chip, como suele serlo hoy, era tan solo una huella superficial, un antiguo relieve. Limpié con cuidado las superficies, improvisé un dispositivo  y volví a escuchar esos mensajes antiguos que no cambiaré, y algún verso que otro que debo corregir.
            Iba a trabajar con esmero, desarmé unos circuitos de prueba que estaban apilados en los cajones de una vieja cómoda y otros enseres que también dormían.
Pero hoy no era igual que ayer, en el mismo cuerpo podía alojar otros componentes con otra tecnología, con mucho más funcionalidad, consideré sin embargo que su aspecto no debería cambiar, agregué unas orejas puntiagudas a cada costado de la esfera y allí coloqué dos micrófonos. También di vida a sus ojos y agregué minúsculas rueditas debajo del prisma de su cuerpo.
Ahora no solo recitaría siguiendo un orden, lo haría según la imagen que vería, si reía o si lloraba, si estaba triste o si solo se mostraba inexpresiva. La seguiría por la casa si se lo pedía. Cambiaría el volumen de su voz según el tema y también el tono si ella permaneciera indiferente. También yo tenía otros temas más sentidos, que expresaban más ganas, más deseos, que manifestaban proyectos nuevos. ¿Podría hacer, que todo se reiniciara, que se renovara, que cambiara nuestro dialogo monótono?
Me empeñé en destacar lo que podríamos hacer y que no habíamos hecho, mi discurso ya no era el de un amante acongojado, abatido, sino el de un pensador, un desarrollador del futuro que está dispuesto a amar.
Esta tarde lo envié, tan solo dos días después de recibirlo. Hacia la noche escuché el aviso del celular que pronunciaba su nombre y de inmediato lo tomé del bolsillo de mi chaleco, activé la App con el dibujito del robot y escuché: «Por si este bichito está filmando o escuchando... o lo que sea… te aviso... voy a dormir desnuda para ti…» un minuto después se oyó mi voz ronca «te envío esto… es mejor que vengas».

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