Cuando
mi nieta mayor era pequeña compré un libro de cuentos infantiles. Cada vez que
me visitaba me pedía que le leyera algún cuento.
Más adelante, cuando aprendió
a leer, jugábamos con los mismos cuentos, leyendo cada uno un párrafo,
todos los presentes participaban de la lectura.
Al
finalizar la escuela se llevó el libro y lo regaló para la bibioteca.
Casi
un año antes, en lugar de
leer o
inventar un cuento en
el
momento, decidí escribir uno.
Lo
leyó muy seria, -no podías abrir la canilla.- me dijo.
Días
después mi esposa lo
leyó para radio
María.
Hoy, luego
de algunos años, volví a leerlo. Sé que
pasó un largo rato, antes de que volviera a la realidad. Durante
ese
momento, estuve con mi nieta de hace unos años y con mis abuelas.
Es
parte del placer de escribir.
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